Fortines de hormigón en el Campo de Gibraltar

Tras la Guerra Civil Española, el régimen del general Franco fortificó las fronteras españolas.     La amistad con los regímenes totalitarios de Hitler y Mussolini puso a España en una delicada situación cuando, sólo unos meses después de la finalización de la contienda civil, estalló la Segunda Guerra Mundial. El país iría quedando poco a poco aislado en el concierto internacional, adoptando un ineficaz sistema económico autárquico que trajo el hambre para las clases populares. Esta cruda realidad de los años cuarenta tuvo su plasmación material en la construcción de un numerosísimo conjunto de elementos defensivos en las costas mediterráneas y andaluzas, en los archipiélagos y en los Pirineos. Todo un derroche de recursos materiales en tiempos de extrema necesidad de buena parte de la población española, para erigir defensas que nunca habrían de tener su bautismo de fuego.
   Estos elementos defensivos, principalmente de hormigón arm
ado, fueron denominados conforme a los usos de la reciente guerra civil. Eran los “nidos” o “fortines”, a los que se dedicaron cuantiosos recursos materiales y humanos, destacando entre estos los republicanos represaliados que conformaron los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores. Actualmente son conocidos como “búnkeres”.

Entre los miles de búnkeres erigidos en España, el conjunto que forma el “Sistema de Defensa del Campo de Gibraltar” es posiblemente el más singular. Se construyeron más de 500 durante el período bélico mundial, a lo largo de 90 kilómetros de costa entre el río Guadiaro y la población de Conil. Hacia el oeste, desde Chiclana, comienza otro conjunto diferente. El sistema campogibraltareño es muy homogéneo tipológicamente, habiendo dado lugar a uno de los más numerosos y dispersos conjuntos monumentales de los existentes en España, además de haber sido los primeros en iniciarse.

Estos fortines no responden, como los del resto del Estado franquista, a una preocupación defensiva general, sino a la sospecha infundada de una invasión anglo-francesa que creyó descubrirse en abril de 1939, unos días después de la rendición de los ejércitos republicanos.              El espionaje español en Gibraltar interpretó el trasiego de barcos, tropas y pertrechos aliados como los preparativos de un hipotético ataque contra las costas del Campo de Gibraltar.            De inmediato, el Cuartel General del Generalísimo ordenó al General Jefe del Ejército del Sur, Gonzalo Queipo de Llano, que debía procederse a establecer un dispositivo defensivo “con toda urgencia” en “los accesos del peñón de Gibraltar a La Línea”. En mayo ya estaban construidos los primeros elementos de campaña, que paulatinamente fueron convirtiéndose en defensas permanentes hormigonadas. Se siguieron modelos europeos del período de entreguerras y se aplicaron las enseñanzas prácticas de la reciente contienda española.

La Guerra Mundial no llegó a estas tierras y centenares de nidos y fortines, pronto inútiles para tareas defensivas, fueron integrándose en un paisaje costero tan singular como el que se asoma al Estrecho desde su orilla norte.


                                                            Dr. Ángel J. Sáez Rodríguez
                                                             Director del Instituto de Estudios Campogibraltareños
 

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